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Henri-Georges Clouzot: THE MYSTERY OF PICASSO (1956) on Vimeo
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“Quedarse dormido nunca me ha parecido una cosa muy natural. Hay una tramoya surreal en atravesar esa zona intermedia, cuando el control de la conciencia va perdiéndose pero no se ha perdido del todo, y unos curiosos pensamientos mutados se hacen pasar por cogitaciones normales, a menos que de pronto los saque a plena luz el chirriar de una puerta, el rebullir del compañero de cama o la reflexión prematuramente jubilosa: “Me estoy durmiendo”. Esas pequeñas larvas de desvarío que a trompicones preceden a las mariposas desinhibidas de los sueños quedan entonces desastrosamente expuestas a una luz en la que no pueden sobrevivir, y hay que volver a empezar, relajar la mente, deshacer la madeja. La conciencia del proceso lo aborta; el cerebro, si se observa a sí mismo, no cierra sus mil ojos. Dando vueltas en la celda de la vigilia le aterra la pobreza de su heredad: las obsesiones manidas, los juegos de palabras trillados, los agravios inútiles, los planes nimios para el día siguiente que horas antes de su ejecución parecen hercúleos y transcendentales. La conciencia, ese fruto deslumbrante de la evolución, esa agitación de moléculas electrificadas, se convierte en cautiverio: un batido infernal en el que el insomne está más solo que Satanás, y se retuerce y se resuelve y horada un agujero cónico en la oscuridad, mientras por los cuatro costados el ancho mundo ronca feliz, sin pensar en nada.”
John Updike, “Dormir en el norte”, en Lo que queda por vivir, Tusquets Editores, Barcelona 2011.
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Window Water Baby Moving by Stan Brakhage (Full ...
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The Act of Seeing With Ones Own Eyes - Stan Brakhage on ...
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Stan Brakhage - The Dante Quartet!!! - YouTube
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La cultura, ese invento del Gobierno
El País, 22 de noviembre de 1984
El Gobierno socialista, tal vez
por una obsesión mecánica y cegata de diferenciarse lo más posible de los
nazis, parece haber adoptado la política cultural que, en la rudeza de su
ineptitud, se le antoja la más opuesta a la definida por la célebre frase de
Goebbels. En efecto, si éste dijo aquello de "Cada vez que oigo la palabra cultura amartillo la pistola", los socialistas actúan
como si dijeran: "En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador".
Humanamente huelga decir que es preferible la actitud del Gobierno socialista,
pero culturalmente no sé qué es peor.Aún agrava las cosas el hecho de que tales
criterios se los imiten todos: la oposición, los Gobiernos autonómicos, las
cajas de ahorro, los organismos paraestatales, etcétera. Confieso que tal vez
esté yo esta mañana un poco fuera de mí para escribir con la serenidad debida,
pero es que acabo de recibir la gota que colma el vaso: es una carta cuyo
infeliz autor va a sufrir por mi parte la injusticia de pagar por todos, ya
que, como botón de muestra de la miseria a la que me refiero, considero
apropiado transcribirla. Es del jefe de un organismo paraestatal (y no sé si
hago bien callando nombres), que sin conocerme de nada me tutea, y dice así:
"Querido amigo: / Te escribo para invitarte a participar con un texto
tuyo, (sic por la coma) en un catálogo de
una exposición que deseamos sea un tanto distinta. Se trata de una muestra de
pintores actuales, que en lugar de pintar lienzos lo harán sobre abanicos. Sin
embargo, no es una exposición de "abanicos" (sic por las comillas), sino que el soporte no será
un lienzo. Por tanto, los abanicos son de gran tamaño, y los pintores tienen
libertad absoluta para pintarlos, romperlos, jugar y lo que se les ocurra. /
Estos soportes los hemos conseguido de China, Japón, y algunos más pequeños, Valencia.
/ Para el catálogo, nos gustaría que nos mandaras si aceptas, (he renunciado ya
antes a seguir poniendo sic) un texto de dos-tres folios,
que se ha acordado retribuir con 50.000 pesetas. Hemos invitado a los
principales prosistas y poetas, cuya aportación creemos que podría ser muy
interesante, y entre los que encontrarás a muchos amigos. Nos gustaría tener el
texto a principios del mes de febrero. / Siguiendo nuestra costumbre, queremos
subrayar especialmente el acto inaugural, y esperamos que la presentación de la
muestra, a principios de mayo, tenga un aire festivo y refrescante. / Un
abrazo, NN".
Fíjense no más: si yo, que conozco a poca gente, habría de
encontrar "muchos amigos" entre esos "principales prosistas y
poetas" y todos ellos van a salir a 10.000 duros por barba, ¿cuánto no va
a costar sólo el catálogo de tan descomunal parida? Añádanse a ello las
probablemente superiores cantidades que van a cobrar los artistas por hacer el
gilipollas con los soportes -embadurnándolos,
rompiéndolos o jugando con ellos con absoluta libertad, como prevé el
proyecto-, los costos de impresión del catálogo -a todo color, supongo-, gastos de
organización, programación, franqueo, propaganda y qué sé yo qué más, precio de
los soportes, con sus fletes e
impuestos aduaneros nada menos que desde China y Japón, y, por fin, despilfarro
de canapés y de borracherías para "el acto inaugural", que el ente en
cuestión se complace en asegurar que, "siguiendo su (nuestra) costumbre,
quiere (queremos) subrayar especialmente", y se tendrá a cuánto asciende
la factura de la "festiva", "refrescante", indecente y
repugnante monada cultural.
El autor de la carta se aprovecha de que los llamados
intelectuales, teniendo precisamente por gaje del oficio el de no respetar nada
ni nadie, no pueden sentir respeto alguno hacia sí mismos ni, por tanto, se van
a dar jamás por insultados al verse destinatarios de una carta así, como se darían,
en cambio, los miembros de cualquier otro gremio. No es esa, por consiguiente,
la cuestión, sino la del insulto que el hábito generalizado de tales
despilfarros es para el presupuesto y el contribuyente, así como el mal ejemplo
y la degeneración que para cualquier idea de cultura supone la proliferación de
mamarrachadas semejantes, de las que el actual Ministerio de Cultura -precedido
tal vez por algunos ayuntamientos socialistas- es el primer y más entusiástico
adalid. Pero, aunque los intelectuales estén excluidos del derecho a sentirse
insultados por nada ni por nadie, sí pueden dolerse íntimamente por la
constatación de su propia nulidad, y nada se la confirma tan palmariamente como
la incondicionalidad ante la firma que caracteriza los actuales usos del
tráfico cultural. Cuántas veces, en los últimos tiempos, he tenido que soportar
que me dijeran: "Nada, dos o tres folios sobre cualquier cosa, lo que tú
quieras, lo que se te ocurra... ¡Vamos, no me dirás que si tú te pones a la máquina
... !" Nadie te pide nunca nada específico, un desarrollo de algo
particular que considere que has acertado a señalar en algún texto y, sobre
todo, nadie te exige que lo que le envíes sea interesante y atinado; y así ves
perfectamente reducido a cero cuanto antes hayas pensado y puesto por escrito y
cuanto en adelante puedas pensar y escribir, para que solamente quede en pie la
cruda y desnuda cotización pública de tu firma, sin que la más impresentable de
las idioteces pueda menoscabar esa cotización; claramente percibes cómo, sea lo
que fuere lo que pongas encima de tu firma, equivale absolutamente a nada.
Nunca nadie recurre a los
llamados intelectuales tomándolos en serio, como sólo demostraría el que los
reclamase, no para pasear sus meros nombres remuneradamente, sino para pedirles
alguna prestación anónima y gratuita (¡y qué Gobierno podría haber soñado una
mejor disposición hacia el colaboracionismo como el que este de ahora tenía
ante sí en octubre de 1982!). Mas no se quiere, no se necesita su posible
utilidad valga lo que valiere -ésta, acaso, hasta estorba-, sino la decorativa
nulidad de sus famas y sus firmas. Es como para sospechar si no habrá alguna
especie de instinto subliminal que incita a reducir a los intelectuales a la
condición de borrachines de cóctel, borrachines honoríficos de consumición
pagada, para dar lustre a los actos con el hueco sonido de sus nombres, a fin
de que se cumpla enteramente la clarividente profecía del chotis: "En
Chicote un agasajo postinero / con la crema de la intelectualidad". Tal
confusión de lo espiritual con lo espirituoso hace que una auditoría realmente
expresiva de la actual concepción de la cultura no sería cometido de un
contable que detallase en pesetas los distintos capítulos del despilfarro
cultural, sino más bien oficio de un hidráulico que midiese en hectolitros el
aforo de los ríos de alcohol suministrado. Aunque a veces ni siquiera parece
necesaria la asistencia fisica, sino que basta con que el nombre aparezca en el
programa. Un intelectual orgánico de la Menéndez Pelayo, que tenía a su cargo
un seminario sobre tauromaquia en Sevilla, se pasó un par de meses poniéndome
conferencias (lo menos puso cinco) para que asistiese, y por mucho que yo le
contestase que no sólo no pensaba ir, sino que además veía muy mal que la Meriéndez
Pelayo no hallase cuestión más grave en que gastarse los dineros públicos (me
imaginaba yo un etílico aquelarre aflamencado sobre las consabidas falacias y
chorradas de lo lúdico, lo mítico, lo telúrico, lo vernáculo, lo carismático,
lo ritual, lo ancestral, lo ceremonial, lo sacrificial y lo funeral...
iiibastaaa!!!), seguía insistiendo con una actitud incluso de desprecio
personal -pues éste sí era conocido mío-, al ignorar por completo mi explícito
rechazo, como si no lo oyese, repitiéndome: "Sí, hombre, si tú vendrás; ya
verás como vienes y te gusta", hasta que al fin, quieras que no, pese a mi
negativa y a mi ausencia, terminó por poner mi nombre en el programa, pues, por
lo visto, era el nombre lo único que realmente importaba, su presencia y su
permanencia en el prospecto impreso, como en una orla de honor de fin de
carrera, ya que la única función real de los actos culturales es la de que
hayan llegado a celebrarse, y el prospecto es su testimonio perdurable.
Si en el origen de la pasión por los actos, culturales o
no, de este afán que podríamos llamar actomanía está la motivación interna del
meritoriaje burocrático -puesto que el número y el brillo de los actos
celebrados es siempre un tanto de valor visible y sólido en la columna del haber para
el currículo de cualquier burócrata-, aún agrava el fenómeno la influencia, a
mi entender palmaria, del espíritu de la publicidad. Y a esa influencia se
halla especialmente expuesto todo lo que llamamos cultural. No hay más que ver
lo llanamente que se aviene a aceptdr una palabra congénitamente publicitaria
como promoción: se habla de "actos patrióticos", pero suena chocante
"promoción patriótica"; en cambio, corre como sobre ruedas
"promoción cultural". Ya en la incondicionalidad ante la firma, que
arriba he señalado, puede advertirse cómo los usos culturales imperantes imitan
el sistema de valores de la publicidad, para la cual un Nombre es siempre un
Nombre, como para los anunciantes de champaña catalán Gene Kelly, aunque salga
embalsamado en salmuera de polvos de talco a dar dos o tres pasos de baile de
semiparalítico (homologables a los dos o tres folios "sobre cualquier
cosa" que se les piden a las firmas consagradas), será siempre
incondicionalmente Geneee... iiiKelly!!!, del que se sabe que no cobra
precisamente cuatro reales por decir "kahrtah nevahdah".
En cuanto a la actomanía, ha llegado, en
lo cultural, a impregnarse hasta tal punto del espíritu de la publicidad, que
hasta llega a adoptar las formas económicas de la gestión publicitaria: en unos
festejos culturales de Navarra, en los que tomé parte este verano, descubrí,
para mi estupefacción, que el entero tinglado de los actos, financiados por el Gobierno de
Navarra y la institución Príncipe de Viana, había sido completamente
encomendado a la gestión de unaagencia
profesional especializada en
montajes culturales. La promoción cultural ya tiene, pues, ella también, agencias, como la promoción publicitaria. La extensión
del ejemplo del actual Ministerio de Cultura -especialmente por lo que se
refiere a la universidad de verano Menéndez Pelayo, su más deslumbrante y
escaparatero "peer en botija para que retumbe"-, envidiado e imitado
por los departamentos homólogos de los Gobiernos autonómicos, los municipios,
los entes paraestatales, bancos, cajas de ahorro o cualesquiera otras
instituciones que tengan presupuesto cultural, se dirige resueltamente a un
horizonte en el que la cultura, y con ella su misma concepción y su sentido
mismo, se vea totalmente sustituida por su propia campaña de promoción
publicitaria. La cultura quedará cada vez más exclusivamente concentrada en la
pura celebración del acto cultural, o sea,
identificada con su estricta presentación propagandística, tal como con
paladina ingenuidad declara expresamente el autor de la carta transcrita al
comienzo de este artículo: "Siguiendo nuestra costumbre, queremos subrayar
especialmente el acto inaugural".
La misma degenerativa y reductora concepción de la cultura
está detrás del sonrojante eslogan La cultura es una fiesta,
que ha hecho tanta fortuna, y al que Santiago Roldán, rector de la Menéndez
Pelayo es, por lo visto, un adicto cordial y convencido. El prestigio de la fiesta y de lo festivo parece
haberse vuelto hoy tan intocable, tan tabú, como el prestigio de el pueblo y lo popular. No se diría sino
que una férrea ley del silencio prohíbe tratar de desvelar el lado negro,
oscurantista, de las fiestas, lo que hay en ellas de represivo pacto inmemorial
entre la desesperación y el conformismo, y que, a mi entender, podría dar razón
del hecho de que en el síndrome festivo aparezca justamente la compulsión de la
destrucción de bienes o el simple despilfarro. Si esta suposición es acertada,
dejo al lector la opción de proseguir la reflexión sobre lo que, para el
contenido interno del asunto, podría significar y aparejar esa total
identificación entre cultura y fiesta; yo, por mi parte, seguiré aquí ciñéndome
al aspecto más externo.
Así, por si no bastaba el mimetismo con la mentalidad
publicitaria de las grandes marcas para hacer que en esta Cena de Trimalción de
la cultura socialista el mero gasto en sí mismo y por sí mismo resulte ya, sin
más, convalidado como atributo cierto del decoro y hasta ingrediente de la
calidad, viene a sumársele en igual sentido, mediante la homologación de la
cultura como fiesta, la compulsión hacia el despilfarro sin residuo, cimentada
tal vez en los más torvos y oprimentes lastres del sospechoso espíritu festivo.
Otro factor que, como un casi inevitable acompañante natural, suele traer
consigo tal propensión festiva y hasta festivalera de las actividades
culturales, es el del imperativo de popularidad de, la cultura. Félix de Azúa, en un
espléndido artículo (La política cultural `socialvergente',
EL PAÍS, 17 de febrero de 1984), referido al ambiente catalán, señalaba la práctica
identidad de directrices entre la política cultural de Convergència i Unió y la
del Partido Socialista de Cataluña. Entresaco unas frases del artículo:
"La política cultural de los socialistas catalanes tiende a un populismo
de la peor especie idealista. Se trata, según dicen, de 'eliminar el elitismo'
(...) o de 'promover el arte popular'. Caminan ciegamente en dirección a Max
Caliner y la política cultural de Convergencia. (... ) Hay en este
planteamiento un par de equívocos. El primero y superior es el del término lo popular. ¿Qué pueblo? ( ...) El
segundo equivoco es el de la neutralidad y el miedo al dirigismo cultural. Se
trata de un puro engaño. Dirigismo cultural lo hay siempre que existe
financiación. Pero la izquierda trata de disimular la mala conciencia con el
cuento de la cultura popular. Promover
un cine de halago a las zonas más brutales y acéfalas de la sociedad (como Locos, locos carrozas) o financiar
espectáculos que rozan lo patológico (como la práctica totalidad del teatro que
se exhibe en Barcelona), con la excusa de que son populares, oculta la impotencia de los
funcionarios para poner en pie una producción inteligente. Tratan de evitar críticas
de la izquierda mediante el fantasmón del pueblo o de latradición popular catalana, mientras ofrecen cifras de asistencia
( ... ), cifras que podrían multiplicarse por diez si se decidieran a financiar
una ejecución pública, el espectáculo más popular de todos los tiempos".
(Hasta aquí, Félix de Azúa.)
Sintetizando, en fin, con un ejemplo: puesto que, por una
parte, la cultura es una fiesta, y las fiestas están obligadas a ser caras, una
escenografía teatral barata, como lo es la cámara de cortinas, hallará
resistencias entre los promotores, por el temor típicamente hortera de que el
espectáculo pueda ser tachado de pobretonería o hasta indecencia; y puesto que,
por otra parte, la cultura no ha de ser elitista, sino popular, de nuevo el uso
de la cámara de cortinas se verá rechazado por el grave defecto de su carácter
elitista. De modo, pues, que la cámara de cortinas -el más espléndido invento
formal de la antigua vanguardia-, por el doblado achaque de no ser ni popular
ni cara, sino, por el contrario, barata y elitista, se verá repudiada por los
actuales promotores culturales, como algo doblemente indeseable, constituyéndose
incluso en paradigma de lo que según ellos no hay que hacer.
Pero estos gobernantes socialistas, que a veces gustan de
proclamarse machadianos, o no han frecuentado mucho el aula de Mairena, o ya ni
lo recuerdan. Cuando Mairena expuso su proyecto ideal de centro de enseñanza,
contraponía claramente una posible Escuela Superior de Sabiduría Popular, como lo rechazable, frente a una
posible Escuela Popular de Sabiduría Superior, como lo deseable. Así que lo que
Mairena propugnaba podría, muy ajustadamente, designarse como elitismo barato, en el que, por afectar la baratura tan
sólo a la actividad de la enseñanza, no al saber enseñado, la tal escuela podía
permitirse concebir la aspiración de llegar algún día a hacer mayoritario ese
saber. La política cultural de este Gobierno hace lo exactamente inverso al elitismo baratode Mairena: un populismo
caro; mejor dicho, carísirno, ruinoso. Aunque, eso sí, "festivo y
refrescante", sobre todo si en el concepto de refrescos entran también los vinos y
licores.
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UN COLEGIO PARA ALAN por PAUL B. PRECIADO
http://paroledequeer.blogspot.com.es/
El pasado día de Nochebuena moría en Barcelona Alan, un chico trans de 17 años. Había sido uno de los primeros menores trans que había obtenido un cambio de nombre en el documento nacional de identidad en el Estado español. Pero el certificado no pudo contra el prejuicio. La legalidad del nombre no pudo contra la fuerza de los que se negaron a usarlo. La ley no pudo contra la norma. Los episodios constantes de acoso e intimidación que sufría desde hacía tres años en los dos centros escolares en los que se había matriculado acabaron por hacerle perder confianza en su posibilidad de vivir y le condujeron hasta el suicidio.
La muerte de Alan podría considerarse como un accidente dramático y excepcional. No hubo sin embargo accidente: más de la mitad de los adolescentes trans y homosexuales dicen ser objeto de agresiones físicas y psíquicas en el colegio. No hubo excepción: las cifras más altas de suicidio se registran entre los adolescentes trans y homosexuales.
Pero, ¿cómo es posible que el colegio no fuera capaz de proteger a Alan de la violencia? Digámoslo rápidamente: el colegio es la primera escuela de violencia de género y sexual. El colegio no sólo no pudo proteger a Alan, sino que facilitó las condiciones de su asesinato social.
El colegio es un campo de batalla al que los niñxs son enviadxs con su cuerpo blando y su futuro en blanco como únicos armamentos, un teatro de operaciones en el que se libra una guerra entre el pasado y la esperanza. El colegio es una fábrica de machitos y de maricas, de guapas y de gordas, de listos y de tarados. El colegio es el primer frente de la guerra civil: el lugar en el que se aprende a decir nosotros no somos como ellas. El lugar en el que se marca a los vencedores y a los vencidos con un signo que se acaba pareciendo a un rostro. El colegio es un ring en el que la sangre se confunde con la tinta y en el que se recompensa al que sabe hacerlas correr. Qué importa los idiomas que se enseñen allí si la única lengua que se habla es la violencia secreta y sorda de la norma. Algunos como Alan, sin duda los mejores, no sobreviven. No pueden unirse a esa guerra.
La escuela no es simplemente un lugar de aprendizaje de contenidos. La escuela es una fábrica de subjetivación: una institución disciplinar cuyo objetivo es la normalización de género y sexual. El aprendizaje más crucial que se exige del niñx en la escuela, sobre el que se asienta y del que depende cualquier otro adiestramiento, es el del género. Eso es lo primero (¿y quizás lo único?) que allí vamos a aprender. Fuera del ámbito doméstico, el colegio es la primera institución política en la que el niñx es sometido a la taxonomía binaria del género a través de la exigencia constante de nombramiento e identificación normativos. Cada niñx debe expresar un único y definitivo género: aquel que le ha sido asignado en su partida de nacimiento. Aquel que corresponde a su anatomía. El colegio potencia y valora la teatralización convencional de los códigos de la soberanía masculina en el niño y de la sumisión femenina en la niña, al mismo tiempo que vigila el cuerpo y el gesto, castiga y patologiza toda forma de disidencia. Precisamente porque es una fábrica de producción de identidad de género y sexual, el colegio entra en crisis cuando se la confronta con los procesos de transexualidad. Los compañeros de Alan le exigían que se subiera la camiseta para que probara que no tenía pecho. Le insultaban llamándole marimacho o negándose a llamarle Alan. No hubo accidente, sino planificación y concierto social al administrar el castigo al disidente. No hubo excepción, sino regularidad en la tarea llevada a cabo por las instituciones y por sus usuarios para marcar a aquel que pone su epistemología en cuestión.
La escuela moderna, como estructura de autoridad y de reproducción jerárquica del saber, sigue dependiendo de una definición patriarcal de la soberanía masculina. Al fin y al cabo, las mujeres, las minorías sexuales y de género, los sujetos no-blancos y con diversidad funcional han integrado la institución colegio no hace tanto: 100 años si pensamos en las mujeres, 50 o incluso 20 si hablamos de la segregación racial, apenas una decena si se trata de diversidad funcional. A la primera tarea de fabricar virilidad nacional se le añaden después las tareas de modelar la sexualidad femenina, de integrar y normalizar la diferencia racial, de clase, religiosa, funcional o social.
Junto con la epistemología de la diferencia de género (que tiene en nuestros entornos institucionales el mismo valor que tenía el dogma de la divinidad de Cristo en la Edad Media), el colegio funciona con una antropología esencialista. El tonto es tonto, el marica, marica. El colegio es un espacio de control y dominio, de escrutinio, diagnóstico y sanción, que presupone un sujeto unitario y monolítico, que debe aprender, pero que no puede ni debe cambiar.
Al mismo tiempo, el colegio es la más brutal y fantoche de las escuelas de heterosexualidad. Aunque aparentemente a-sexual, el colegio potencia y fomenta el deseo heterosexual y la teatralización corporal y lingüística de los códigos de la heterosexualidad normativa. Estos podrían ser los nombres de algunas de las asignaturas troncales de todo colegio: “Principios del Machismo”, “Introducción a la violación”, “Taller práctico de homofobia y transfobia”. Un estudio reciente realizado en Francia mostraba que el insulto más común y más vejatorio utilizado entre los alumnxs en las escuelas era “maricón” (pédé) para los chicos y “puta” (salope) para las chicas. No hubo accidente en la muerte de Alan, sino premeditación de la violencia, continuidad del silencio. No hubo excepción, sino repetición impune del crimen.
Sabemos, desde la revolución de esclavos de Haití y de las posteriores revoluciones afroamericanas, feministas o queer, que existen al menos cuatro vías de lucha frente a las instituciones violentas. 1) Su destrucción. Lo que exige un cambio radical de los sistemas de interpretación y producción de la realidad. Y, por tanto, lleva tiempo. 2) La modificación de sus estatutos legales. 3) La transformación que se opera a través de sus usos disidentes —aunque aparentemente modesta, ésa es una de las más potentes vías de destrucción de la violencia institucional—. 4) La fuga, que como insistían Deleuze y Guattari no es huida, sino creación de una exterioridad crítica: línea de fuga a través de la cual la subjetividad y el deseo pueden volver a fluir.
Para acabar con el colegio asesino es necesario establecer nuevos protocolos de prevención de la exclusión y de la violencia de género y sexual en todos los colegios e institutos. Todos: públicos y privados. Todos: metropolitanos y rurales. Todos: católicos y laicos. Todos. No estoy hablando aquí de la fantasía humanista de la escuela inclusiva (y su consigna “toleremos al diferente, integremos al enfermo para que se adapte”). Al contrario, se trata de desjerarquizar y des-normalizar la escuela, de introducir heterogeneidad y creatividad en sus procesos institucionales. El problema no es la transexualidad, sino la relación constitutiva entre pedagogía, violencia y normalidad. No era Alan quien estaba enfermo. Es la institución, el colegio el que está enfermo y al que hay que curar sometiéndola a un proceso que con Francesc Tosquelles y Félix Guattari podríamos denominar de “terapia institucional”. Salvar a Alan hubiera exigido una pedagogía queer capaz de trabajar con la incertidumbre, con la heterogeneidad, capaz de aceptar la subjetividad sexual y de género como procesos abiertos y no como identidades cerradas.
Frente al colegio asesino es necesario crear una red de colegios-en-fuga, una trama de escuelas Trans-Feministas-Queer que acojan a los menores que se encuentren en situación de exclusión y acoso en sus respectivos colegios, pero también a todos aquellos que prefieren la experimentación que la norma. Estos espacios, aunque siempre insuficientes, serían islas reparadoras que pueden proteger a los niñxs y adolescentes de la violencia institucional evitando que la historia de Alan se repita. Una escuela Trans-Feminista-Queer funcionaría como una heterotopía compensatoria capaz de proporcionar el cuidado necesario para permitir la reconstrucción subjetiva y social de los disidentes político-sexuales y de género. Por ejemplo, en la ciudad de Nueva York funciona desde 2002 el instituto Harvey Milk (en recuerdo del activista gay asesinado en 1978 en San Francisco) que acoge a 110 estudiantes queer y trans que sufrían acoso y exclusión en sus respectivos centros de formación.
Quiero imaginar una institución educativa más atenta a la singularidad del alumno que a preservar la norma. Una escuela micro-revolucionaria donde sea posible potenciar una multiplicidad de procesos de subjetivación singular. Quiero imaginar una escuela donde Alan hubiera podido seguir viviendo.
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La cultura, ese invento del Gobierno
El País, 22 de noviembre de 1984
El Gobierno socialista, tal vez
por una obsesión mecánica y cegata de diferenciarse lo más posible de los
nazis, parece haber adoptado la política cultural que, en la rudeza de su
ineptitud, se le antoja la más opuesta a la definida por la célebre frase de
Goebbels. En efecto, si éste dijo aquello de "Cada vez que oigo la palabra cultura amartillo la pistola", los socialistas actúan
como si dijeran: "En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador".
Humanamente huelga decir que es preferible la actitud del Gobierno socialista,
pero culturalmente no sé qué es peor.Aún agrava las cosas el hecho de que tales
criterios se los imiten todos: la oposición, los Gobiernos autonómicos, las
cajas de ahorro, los organismos paraestatales, etcétera. Confieso que tal vez
esté yo esta mañana un poco fuera de mí para escribir con la serenidad debida,
pero es que acabo de recibir la gota que colma el vaso: es una carta cuyo
infeliz autor va a sufrir por mi parte la injusticia de pagar por todos, ya
que, como botón de muestra de la miseria a la que me refiero, considero
apropiado transcribirla. Es del jefe de un organismo paraestatal (y no sé si
hago bien callando nombres), que sin conocerme de nada me tutea, y dice así:
"Querido amigo: / Te escribo para invitarte a participar con un texto
tuyo, (sic por la coma) en un catálogo de
una exposición que deseamos sea un tanto distinta. Se trata de una muestra de
pintores actuales, que en lugar de pintar lienzos lo harán sobre abanicos. Sin
embargo, no es una exposición de "abanicos" (sic por las comillas), sino que el soporte no será
un lienzo. Por tanto, los abanicos son de gran tamaño, y los pintores tienen
libertad absoluta para pintarlos, romperlos, jugar y lo que se les ocurra. /
Estos soportes los hemos conseguido de China, Japón, y algunos más pequeños, Valencia.
/ Para el catálogo, nos gustaría que nos mandaras si aceptas, (he renunciado ya
antes a seguir poniendo sic) un texto de dos-tres folios,
que se ha acordado retribuir con 50.000 pesetas. Hemos invitado a los
principales prosistas y poetas, cuya aportación creemos que podría ser muy
interesante, y entre los que encontrarás a muchos amigos. Nos gustaría tener el
texto a principios del mes de febrero. / Siguiendo nuestra costumbre, queremos
subrayar especialmente el acto inaugural, y esperamos que la presentación de la
muestra, a principios de mayo, tenga un aire festivo y refrescante. / Un
abrazo, NN".
Fíjense no más: si yo, que conozco a poca gente, habría de
encontrar "muchos amigos" entre esos "principales prosistas y
poetas" y todos ellos van a salir a 10.000 duros por barba, ¿cuánto no va
a costar sólo el catálogo de tan descomunal parida? Añádanse a ello las
probablemente superiores cantidades que van a cobrar los artistas por hacer el
gilipollas con los soportes -embadurnándolos,
rompiéndolos o jugando con ellos con absoluta libertad, como prevé el
proyecto-, los costos de impresión del catálogo -a todo color, supongo-, gastos de
organización, programación, franqueo, propaganda y qué sé yo qué más, precio de
los soportes, con sus fletes e
impuestos aduaneros nada menos que desde China y Japón, y, por fin, despilfarro
de canapés y de borracherías para "el acto inaugural", que el ente en
cuestión se complace en asegurar que, "siguiendo su (nuestra) costumbre,
quiere (queremos) subrayar especialmente", y se tendrá a cuánto asciende
la factura de la "festiva", "refrescante", indecente y
repugnante monada cultural.
El autor de la carta se aprovecha de que los llamados
intelectuales, teniendo precisamente por gaje del oficio el de no respetar nada
ni nadie, no pueden sentir respeto alguno hacia sí mismos ni, por tanto, se van
a dar jamás por insultados al verse destinatarios de una carta así, como se darían,
en cambio, los miembros de cualquier otro gremio. No es esa, por consiguiente,
la cuestión, sino la del insulto que el hábito generalizado de tales
despilfarros es para el presupuesto y el contribuyente, así como el mal ejemplo
y la degeneración que para cualquier idea de cultura supone la proliferación de
mamarrachadas semejantes, de las que el actual Ministerio de Cultura -precedido
tal vez por algunos ayuntamientos socialistas- es el primer y más entusiástico
adalid. Pero, aunque los intelectuales estén excluidos del derecho a sentirse
insultados por nada ni por nadie, sí pueden dolerse íntimamente por la
constatación de su propia nulidad, y nada se la confirma tan palmariamente como
la incondicionalidad ante la firma que caracteriza los actuales usos del
tráfico cultural. Cuántas veces, en los últimos tiempos, he tenido que soportar
que me dijeran: "Nada, dos o tres folios sobre cualquier cosa, lo que tú
quieras, lo que se te ocurra... ¡Vamos, no me dirás que si tú te pones a la máquina
... !" Nadie te pide nunca nada específico, un desarrollo de algo
particular que considere que has acertado a señalar en algún texto y, sobre
todo, nadie te exige que lo que le envíes sea interesante y atinado; y así ves
perfectamente reducido a cero cuanto antes hayas pensado y puesto por escrito y
cuanto en adelante puedas pensar y escribir, para que solamente quede en pie la
cruda y desnuda cotización pública de tu firma, sin que la más impresentable de
las idioteces pueda menoscabar esa cotización; claramente percibes cómo, sea lo
que fuere lo que pongas encima de tu firma, equivale absolutamente a nada.
Nunca nadie recurre a los
llamados intelectuales tomándolos en serio, como sólo demostraría el que los
reclamase, no para pasear sus meros nombres remuneradamente, sino para pedirles
alguna prestación anónima y gratuita (¡y qué Gobierno podría haber soñado una
mejor disposición hacia el colaboracionismo como el que este de ahora tenía
ante sí en octubre de 1982!). Mas no se quiere, no se necesita su posible
utilidad valga lo que valiere -ésta, acaso, hasta estorba-, sino la decorativa
nulidad de sus famas y sus firmas. Es como para sospechar si no habrá alguna
especie de instinto subliminal que incita a reducir a los intelectuales a la
condición de borrachines de cóctel, borrachines honoríficos de consumición
pagada, para dar lustre a los actos con el hueco sonido de sus nombres, a fin
de que se cumpla enteramente la clarividente profecía del chotis: "En
Chicote un agasajo postinero / con la crema de la intelectualidad". Tal
confusión de lo espiritual con lo espirituoso hace que una auditoría realmente
expresiva de la actual concepción de la cultura no sería cometido de un
contable que detallase en pesetas los distintos capítulos del despilfarro
cultural, sino más bien oficio de un hidráulico que midiese en hectolitros el
aforo de los ríos de alcohol suministrado. Aunque a veces ni siquiera parece
necesaria la asistencia fisica, sino que basta con que el nombre aparezca en el
programa. Un intelectual orgánico de la Menéndez Pelayo, que tenía a su cargo
un seminario sobre tauromaquia en Sevilla, se pasó un par de meses poniéndome
conferencias (lo menos puso cinco) para que asistiese, y por mucho que yo le
contestase que no sólo no pensaba ir, sino que además veía muy mal que la Meriéndez
Pelayo no hallase cuestión más grave en que gastarse los dineros públicos (me
imaginaba yo un etílico aquelarre aflamencado sobre las consabidas falacias y
chorradas de lo lúdico, lo mítico, lo telúrico, lo vernáculo, lo carismático,
lo ritual, lo ancestral, lo ceremonial, lo sacrificial y lo funeral...
iiibastaaa!!!), seguía insistiendo con una actitud incluso de desprecio
personal -pues éste sí era conocido mío-, al ignorar por completo mi explícito
rechazo, como si no lo oyese, repitiéndome: "Sí, hombre, si tú vendrás; ya
verás como vienes y te gusta", hasta que al fin, quieras que no, pese a mi
negativa y a mi ausencia, terminó por poner mi nombre en el programa, pues, por
lo visto, era el nombre lo único que realmente importaba, su presencia y su
permanencia en el prospecto impreso, como en una orla de honor de fin de
carrera, ya que la única función real de los actos culturales es la de que
hayan llegado a celebrarse, y el prospecto es su testimonio perdurable.
Si en el origen de la pasión por los actos, culturales o
no, de este afán que podríamos llamar actomanía está la motivación interna del
meritoriaje burocrático -puesto que el número y el brillo de los actos
celebrados es siempre un tanto de valor visible y sólido en la columna del haber para
el currículo de cualquier burócrata-, aún agrava el fenómeno la influencia, a
mi entender palmaria, del espíritu de la publicidad. Y a esa influencia se
halla especialmente expuesto todo lo que llamamos cultural. No hay más que ver
lo llanamente que se aviene a aceptdr una palabra congénitamente publicitaria
como promoción: se habla de "actos patrióticos", pero suena chocante
"promoción patriótica"; en cambio, corre como sobre ruedas
"promoción cultural". Ya en la incondicionalidad ante la firma, que
arriba he señalado, puede advertirse cómo los usos culturales imperantes imitan
el sistema de valores de la publicidad, para la cual un Nombre es siempre un
Nombre, como para los anunciantes de champaña catalán Gene Kelly, aunque salga
embalsamado en salmuera de polvos de talco a dar dos o tres pasos de baile de
semiparalítico (homologables a los dos o tres folios "sobre cualquier
cosa" que se les piden a las firmas consagradas), será siempre
incondicionalmente Geneee... iiiKelly!!!, del que se sabe que no cobra
precisamente cuatro reales por decir "kahrtah nevahdah".
En cuanto a la actomanía, ha llegado, en
lo cultural, a impregnarse hasta tal punto del espíritu de la publicidad, que
hasta llega a adoptar las formas económicas de la gestión publicitaria: en unos
festejos culturales de Navarra, en los que tomé parte este verano, descubrí,
para mi estupefacción, que el entero tinglado de los actos, financiados por el Gobierno de
Navarra y la institución Príncipe de Viana, había sido completamente
encomendado a la gestión de unaagencia
profesional especializada en
montajes culturales. La promoción cultural ya tiene, pues, ella también, agencias, como la promoción publicitaria. La extensión
del ejemplo del actual Ministerio de Cultura -especialmente por lo que se
refiere a la universidad de verano Menéndez Pelayo, su más deslumbrante y
escaparatero "peer en botija para que retumbe"-, envidiado e imitado
por los departamentos homólogos de los Gobiernos autonómicos, los municipios,
los entes paraestatales, bancos, cajas de ahorro o cualesquiera otras
instituciones que tengan presupuesto cultural, se dirige resueltamente a un
horizonte en el que la cultura, y con ella su misma concepción y su sentido
mismo, se vea totalmente sustituida por su propia campaña de promoción
publicitaria. La cultura quedará cada vez más exclusivamente concentrada en la
pura celebración del acto cultural, o sea,
identificada con su estricta presentación propagandística, tal como con
paladina ingenuidad declara expresamente el autor de la carta transcrita al
comienzo de este artículo: "Siguiendo nuestra costumbre, queremos subrayar
especialmente el acto inaugural".
La misma degenerativa y reductora concepción de la cultura
está detrás del sonrojante eslogan La cultura es una fiesta,
que ha hecho tanta fortuna, y al que Santiago Roldán, rector de la Menéndez
Pelayo es, por lo visto, un adicto cordial y convencido. El prestigio de la fiesta y de lo festivo parece
haberse vuelto hoy tan intocable, tan tabú, como el prestigio de el pueblo y lo popular. No se diría sino
que una férrea ley del silencio prohíbe tratar de desvelar el lado negro,
oscurantista, de las fiestas, lo que hay en ellas de represivo pacto inmemorial
entre la desesperación y el conformismo, y que, a mi entender, podría dar razón
del hecho de que en el síndrome festivo aparezca justamente la compulsión de la
destrucción de bienes o el simple despilfarro. Si esta suposición es acertada,
dejo al lector la opción de proseguir la reflexión sobre lo que, para el
contenido interno del asunto, podría significar y aparejar esa total
identificación entre cultura y fiesta; yo, por mi parte, seguiré aquí ciñéndome
al aspecto más externo.
Así, por si no bastaba el mimetismo con la mentalidad
publicitaria de las grandes marcas para hacer que en esta Cena de Trimalción de
la cultura socialista el mero gasto en sí mismo y por sí mismo resulte ya, sin
más, convalidado como atributo cierto del decoro y hasta ingrediente de la
calidad, viene a sumársele en igual sentido, mediante la homologación de la
cultura como fiesta, la compulsión hacia el despilfarro sin residuo, cimentada
tal vez en los más torvos y oprimentes lastres del sospechoso espíritu festivo.
Otro factor que, como un casi inevitable acompañante natural, suele traer
consigo tal propensión festiva y hasta festivalera de las actividades
culturales, es el del imperativo de popularidad de, la cultura. Félix de Azúa, en un
espléndido artículo (La política cultural `socialvergente',
EL PAÍS, 17 de febrero de 1984), referido al ambiente catalán, señalaba la práctica
identidad de directrices entre la política cultural de Convergència i Unió y la
del Partido Socialista de Cataluña. Entresaco unas frases del artículo:
"La política cultural de los socialistas catalanes tiende a un populismo
de la peor especie idealista. Se trata, según dicen, de 'eliminar el elitismo'
(...) o de 'promover el arte popular'. Caminan ciegamente en dirección a Max
Caliner y la política cultural de Convergencia. (... ) Hay en este
planteamiento un par de equívocos. El primero y superior es el del término lo popular. ¿Qué pueblo? ( ...) El
segundo equivoco es el de la neutralidad y el miedo al dirigismo cultural. Se
trata de un puro engaño. Dirigismo cultural lo hay siempre que existe
financiación. Pero la izquierda trata de disimular la mala conciencia con el
cuento de la cultura popular. Promover
un cine de halago a las zonas más brutales y acéfalas de la sociedad (como Locos, locos carrozas) o financiar
espectáculos que rozan lo patológico (como la práctica totalidad del teatro que
se exhibe en Barcelona), con la excusa de que son populares, oculta la impotencia de los
funcionarios para poner en pie una producción inteligente. Tratan de evitar críticas
de la izquierda mediante el fantasmón del pueblo o de latradición popular catalana, mientras ofrecen cifras de asistencia
( ... ), cifras que podrían multiplicarse por diez si se decidieran a financiar
una ejecución pública, el espectáculo más popular de todos los tiempos".
(Hasta aquí, Félix de Azúa.)
Sintetizando, en fin, con un ejemplo: puesto que, por una
parte, la cultura es una fiesta, y las fiestas están obligadas a ser caras, una
escenografía teatral barata, como lo es la cámara de cortinas, hallará
resistencias entre los promotores, por el temor típicamente hortera de que el
espectáculo pueda ser tachado de pobretonería o hasta indecencia; y puesto que,
por otra parte, la cultura no ha de ser elitista, sino popular, de nuevo el uso
de la cámara de cortinas se verá rechazado por el grave defecto de su carácter
elitista. De modo, pues, que la cámara de cortinas -el más espléndido invento
formal de la antigua vanguardia-, por el doblado achaque de no ser ni popular
ni cara, sino, por el contrario, barata y elitista, se verá repudiada por los
actuales promotores culturales, como algo doblemente indeseable, constituyéndose
incluso en paradigma de lo que según ellos no hay que hacer.
Pero estos gobernantes socialistas, que a veces gustan de
proclamarse machadianos, o no han frecuentado mucho el aula de Mairena, o ya ni
lo recuerdan. Cuando Mairena expuso su proyecto ideal de centro de enseñanza,
contraponía claramente una posible Escuela Superior de Sabiduría Popular, como lo rechazable, frente a una
posible Escuela Popular de Sabiduría Superior, como lo deseable. Así que lo que
Mairena propugnaba podría, muy ajustadamente, designarse como elitismo barato, en el que, por afectar la baratura tan
sólo a la actividad de la enseñanza, no al saber enseñado, la tal escuela podía
permitirse concebir la aspiración de llegar algún día a hacer mayoritario ese
saber. La política cultural de este Gobierno hace lo exactamente inverso al elitismo baratode Mairena: un populismo
caro; mejor dicho, carísirno, ruinoso. Aunque, eso sí, "festivo y
refrescante", sobre todo si en el concepto de refrescos entran también los vinos y
licores.
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Invasión (1969)
Escrita por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Hugo Santiago Muchnick.
Dirigida y Producida por Hugo Santiago Muchnick.
Invasion - Película Argentina de 1969 - YouTube
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Elogio agridulce del capuchino, de Roberto Arlt
Minga de café. Abstención completa. ¿Y qué le queda a usted? Reducirse al capuchino, al innoble y seductor capuchino, que es una mezcla, por partes iguales, de leche y café, servida en una tacita de café. La tacita, para que usted se haga la ilusión de que se manda a bodega una ración de achicoria, y para engañar la visión, como los cocainómanos que cuando no tienen con qué doparse, toman por la nariz ácido bórico o magnesia calcinada. El caso es hacerse la ilusión...
¿Qué hacemos con el retrato?
¿Qué hacemos con la tacita, si el café está en la express? ¿Qué hacemos? Aguantarse, mirar con envidia a los que piden un "café negro y bien cargado". ¡Adiós dulces tiempos del "café bien cargado"! Del café que llegaba humeando y cubierto de espumita marrón, para poner en los nervios una chispa azul de magia; adiós dulces tiempos. Abstención completa de "feca". ¿Y qué le queda para hacer? Así como el morfinómano, cuando no tiene droga se pincha con la "pravaz" para delirar un minuto en espera del éxtasis blanco, así, el bebedor de café, recurre al engañoso capuchino para hacerse la ilusión de que todavía ingiere el negro y excitante veneno; veneno moroso, que le va rompiendo lentamente los nervios, sin que usted se aperciba.
Y lo único que tiene el capuchino es la tacita. Esa tacita que es el retrato nada más. Esa tacita que usted toma con trémula mano pensando que contiene café; tacita que durante un minuto, dos, tres minutos, deja usted encima del mármol de la mesa y la mira halagado, porque es la tacita que contenía café; el café que ya usted no probará más, ¡vaya a saber por cuánto tiempo!
¿Qué le queda por hacer? Pedir un capuchino. También lo llaman "cortado". El mozo lo mide al socaire de una mirada burlona y grita, casi irónico:
-¡Un cortado para uno!
Y llega el cortado, y usted lo relojea brocoso. Eso es café con leche, café con leche para los que no han almorzado y a la una de la tarde piden un capuchino para engañar el hambre.
Visión y gusto
Y usted saborea el capuchino, buscando en el leve amargor del brebaje, ese otro recio amargor del café, que le distendía los nervios y le aceleraba el ritmo de las arterias; pero inútilmente. La leche, dulcificadora y neutra, anula la achicoria, y como único resto del antiguo placer, le queda el consuelo de alimentarse a base de un poquito de azúcar y un resto de lactosa.
Más, ¿qué le quedaría para hacer sino contara con el capuchino fiel, con el último grado de la cafeína inofensiva; con el refugio del condenado por la maldita sabiduría de los médicos, que lo toman a usted, le encajan un artefacto en el brazo desnudo, lo inflan como una pelota de goma, y luego, doctoralmente, le dicen, a medida que se mueve la manecilla de un reloj?:
-Exceso de presión arterial. Suprima el café; suprima el tabaco. Acuéstese con las gallinas, levántese con el sol. Haga gimnasia. No fume. No beba. No se excite, no se apasione, no lea, no escriba, no respire. ¿Ah, si? ¿ Respirar está permitido? Dígame: ¿Qué le queda a la víctima de uno de estos sierrahuesos? Refugiarse en el capuchino. Ofrecerle su vagancia y su aburrimiento y su gimnasia, sus flexiones y sus trotes higiénicos al cortado, al capuchino.
- Un cortado.
Y viene el cortado, y usted experimenta la emoción de los antiguos tiempos, cuando se bebía diez o quince cafés por día; viene el capuchino en la tacita seductora, y usted lo mira conturbado. Allí está...¡pero no con el café! Y sin embargo, esa tacita es para café. Pero a usted le está prohibido. En cuanto cometa el terrible pecado de pedir un café tendrá nuevamente la sangre al galope, los nervios en pleno estado de bolcheviquismo, y el fantasma del insomnio, el terrible insomnio que lo mantiene despierto hasta las cuatro o las cinco de la madrugada, lo sobrecoge; y entonces tímidamente toma la tacita del capuchino y lo paladea lentísimamente, rebuscando en la leche cortada el sabor acre del café, pero es inútil. Eso es café con leche... eso no es cocaína, sino ácido bórico; eso no es morfina, sino el pinchazo de la aguja; eso no es una bomba, sino sencillamente un artefacto pirotécnico para hacerse la ilusión.
Elogio Final
Y usted termina por resignarse, por mirar con cara de perro a los que indolentemente y alegremente piden un café "en taza de té", que es un café doble. Y todo su atrevimiento se reduce al capuchino, toda su audacia se limita al camouflage de tomar un poco de café con leche en tacita destinada para el más sutil y rompedor de los venenos, para el tóxico que, a lo largo de los nervios, le va dejando un escalofrío que tiene una gota de luna y otra de "delirium tremens". Usted renuncia al veneno fácil y barato, para estancarse en el achocolatado, inocuo y estéril capuchino, que es el consuelo de los que no almorzaron a mediodía y de los otros, de los que tienen enfermedades inconfesables.
Por eso, injustamente, si usted tiene los nervios bailando, el mozo que lo ignora lo sobra de una mirada irónica.
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CONVERSACIÓN
Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
Amada mía, remordimiento mío, alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?
La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.
Cómo poder saber que has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?
Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos, (1968)
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BENJAMIN CLEMENTINE - CORNERSTONE (official video ... | |
www.youtube.com/watch?v=7Dc5BQ31iLw |
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Opus Nigrum de Isabel Pérez del Pulgar (2014).
OPUS NIGRUM on Vimeo | |
https://vimeo.com/87214821 |
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"Días u horas de convivencia bajo el mismo techo operan en las personas auténticas metamorfosis. Perplejos, asistimos al paulatino florecimiento de encantos; una insospechada morbidez en el brazo o aquella región inexplorada entre la oreja y la nuca, blanca como los lados crudos de un pan, investida de no sé qué deseable intimidad, o los ojos, que de pronto revelan una ferocidad en la que uno quisiera entrar como en las aguas de un río".
Adolfo Bioy Casares, "La obra", en Historias de amor, Alianza Editorial, 2012, (pág. 104).
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Franz Schubert, Ungarische Melodie D.817
Schubert, Ungarische Melodie D. 817 — Sergey Kuznetsov - YouTube | |
www.youtube.com/watch?v=uPnOSi72x_8 |
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Hola -saludó Edipa-, tú
debes de ser Maxine.
-Maxine está en cama. Le
tiró a Charles una cerveza de papá y la botella salió por la ventana, y mamá le
dio una buena paliza. Yo la habría ahogado si hubiera sido hija mía.
-Mira, no se me había
ocurrido hasta ahora -dijo Grace Bortz, saliendo como por ensalmo del salón a
oscuras-. Pase, pase. -Se puso a limpiarle la cara a la niña con una bayeta
mojada-. ¿Cómo se las ha arreglado hoy para escapar de los suyos?
-No tengo ninguno -contestó
Edipa, siguiéndola a la cocina.
Grace pareció sorprendida.
-Hay un aspecto producido
por la tortura -dijo- que acaba reconociéndose. Pensaba que sólo lo producían
los niños. Puede que no sea así.
Thomas Pynchon, La subasta del lote 49,
Tusquets Editores, Barcelona, 1996. (Pág. 151). Traducción de Antonio-Prometeo
Moya.
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At Sea, Peter Hutton (2007)
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"The crude commercialism of America, its materialising spirit, its indifference to the poetical side of things, and its lack of imagination and of high unattainable ideals, are entirely due to that country having adopted for its national hero a man who, according to his own confession, was incapable of telling a lie, and it is not too much to say that the story of George Washington and the cherry-tree has done more harm to, and in a shorter space of time, than any other moral tale in the whole literature".Oscar Wilde, "The Decay of Lying", en The Complete Works of Oscar Wilde, Collins, 1990. (P. 980).
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La mujer de arena, Hiroshi Teshigahara (1964).Suna No Onna - Woman in the Dunes (1964) [ENG subs] - YouTube
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"Well, you've got to learn to be nice with men who are sad birds. You look as if you'd been insulted whenever you're thrown with except the most popular boys. Why, Bernice, I'm cut in on every few feet - and who does most of it? Why, those very sad birds. No girl can afford to neglect them. They're the big part of my crowd. Young boys too shy to talk are the very best conversational practice. Clumsy boys are the best dancing practice. If you can follow them and yet look graceful you can follow a baby tank across a barb-wire sky-scraper."
Bernice sighed profoundly, but Marjorie was not through.
"If you go to a dance and really amuse, say, three sad birds that dance with you; if you talk so well to them that they forget they're stuck with you, you've done something. They'll come back next time, and gradually so may sad birds will dance with you that the attractive boys will see there's no danger of being stuck-then they'll dance with you."
"Yes", agreed Bernice faintly. "I think I begin to see".
F. Scott Fitzgerald, "Bernice Bobs Her Hair", en The Best Early Stories of F. Scott Fitzgerald, The Modern Library, Random House Inc., New York, 2005.
(Pp.: 78-79).
Bernice sighed profoundly, but Marjorie was not through.
"If you go to a dance and really amuse, say, three sad birds that dance with you; if you talk so well to them that they forget they're stuck with you, you've done something. They'll come back next time, and gradually so may sad birds will dance with you that the attractive boys will see there's no danger of being stuck-then they'll dance with you."
"Yes", agreed Bernice faintly. "I think I begin to see".
F. Scott Fitzgerald, "Bernice Bobs Her Hair", en The Best Early Stories of F. Scott Fitzgerald, The Modern Library, Random House Inc., New York, 2005.
(Pp.: 78-79).
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“He utilizado la palabra “Estado”; ya se entiende a qué me refiero con ella: a una manada de animales de presa rubios, a una raza de conquistadores y señores que, organizada para la guerra y dotada de la fuerza necesaria para organizar pone, sin reparo alguno, sus terribles garras sobre una población quizá enormemente superior en número, pero aún carente de forma, aún errática. De esta manera es como empieza el “Estado” en el mundo: pienso que se puede despachar aquel delirio que lo hacía comenzar con un “contrato”. Quien puede mandar, quien por naturaleza es “señor”, quien comparece violento en obras y gestos, ¡qué se le da a él de contratos!.”
Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Biblioteca Edaf, Madrid, 2000. Traducción de José Mardomingo Sierra. (P.: 138)
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